dimarts, 25 de maig del 2021

URSS, 0- Países Bajos, 2 (Euro 88-Final)

18. Ruud Gullit (0-1)

La selección neerlandesa campeona de Europa de 1988 consiguió su objetivo de ganar un título al que no pudieron llegar a sus antecesores de la naranja mecánica de los años setenta por varios motivos. Entre ellos estuvo el de haber juntado una serie de futbolistas que se encontraban en el mejor momento de sus carreras y haberlos unido a los conocimientos del técnico que había perdido la mítica final del mundial 74. Aquella formación disponía de muchos líderes , como Koeman, Rijkaard, Wouters, y mucha calidad, ejemplificada en los goles de Van Basten. Pero en ese momento, el icono de una selección mestiza e identitaria del nuevo país era un futbolista total, centrocampista al inicio, pero con capacidad para actuar delante y, en los últimos años de su carrera, incluso de defensa. Era Ruud Gullit.


Evidentemente, la imagen de Gullit no pasaba desapercibida. Un físico descomunal con unas enormes rastas que no eran tan frecuentes en su época lo convertían en un símbolo de los Países Bajos. Durante la Eurocopa del 88 tenía 25 años y se encontraba en plenitud física y técnica como resultado de una formación que, al principio, no fue fácil. Cuando nació, en Amsterdam, se llamaba Rudi Dil y era hijo de George Gullit, un emigrante surinamés que llegó a la metrópoli junto con Herman Rijkaard, el padre de Frank, y su amante, Ria Dil. Él era profesor de economía y ella trabajaba en el Rijskmuseum, uno de los museos de arte de la capital neerlandesa.

El joven Rudi se formó en equipos de barrio de la ciudad hasta que llegó al DWS, entidad en la que comenzó a asumir el apellido de su padre para el deporte, aunque en la vida privada continúa utilizando el apelativo de nacimiento. En el club coincidió con futuros campeones de Europa como él, como los hermanos Koeman o el delantero Kieft.

A punto de cumplir 17 años debutó en la máxima categoría con el modesto Haarlem, con el que jugó tres temporadas y convirtió la formación en cuarta clasificada de la liga, detrás de los grandes. Los 14 goles anotados en el último ejercicio provocaron que el Feyenoord se fijara en él y lo contratara tras ser descartado por un Ipswich Town de Bobby Robson que acababa de ganar la Copa de la UEFA. En Rotterdam se consolidó con un doblete la temporada 1983-84 junto al padre futbolístico de aquella generación, Johan Cruyff, que había fichado por el Feyenoord por despecho hacia el Ajax y había conducido al gran rival del club de su corazón al éxito.

Gullit ya había debutado con la selección absoluta con la que había vivido una gran desilusión. Marcó cinco goles en ocho partidos en la fase de clasificación para la Eurocopa del 1984, pero los Países Bajos se quedaron fuera por culpa del 12-1 de España a Malta. En 1985 lo contrató el PSV Eindhoven y ganó dos ligas seguidas con grandes demostraciones de fuerza. Ya estaba en el radar de los principales clubes de Europa, aunque no se pudo exhibir el mundial de México, ya que los Países Bajos fueron eliminados por Hungría en la fase previa.

En verano de 1987 lo fichó un Milan en crecimiento, donde tenía que hacer pareja con Marco van Basten, proveniente del Ajax. El delantero se estuvo casi toda la temporada lesionado y Gullit tiró del equipo para conseguir el título de liga. Además, la selección se había clasificado para la Eurocopa con facilidad con varios recitales suyos, como dos goles marcados en Polonia. El torneo llegaba en el mejor momento de su vida.

Pero no empezó bien. El debut, en Colonia, se saldó con una derrota contra la Unión Soviética. Había que ganar los dos siguientes enfrentamientos y se consiguió, primero con tres goles de Van Basten contra Inglaterra y, después, con un tanto milagroso de su ex compañero de juventud Kieft ante Irlanda. Las semifinales fueron una revancha de la final del mundial 74. Si entonces los alemanes habían remontado un gol de penalti de Neeskens, en esta ocasión fueron los neerlandeses los que equilibraron una anotación desde los once metros de Matthäus. Y lo hicieron de la misma manera, con un penalti para empatar, anotado por Koeman, y con un remate de su goleador, en este caso Van Basten como había sido Gerd Müller catorce años antes. La final se jugaría en el escenario de la derrota del 74, el Estadio Olímpico de Múnich, y viviría otra revancha, en este caso del partido inicial, contra los soviéticos.


El gol

Aunque se quiera vender que el duelo fue dominado por los neerlandeses, la realidad es que encontraron mucha oposición. No se pudieron avanzar hasta el minuto 33 y fue en una acción en la que Gullit demostró una gran parte de su catálogo de habilidades.


Primero, puso a prueba al portero Dassaev con un gran lanzamiento de falta. Después, intentó rematar al primer palo en el saque de esquina lanzado por Erwin Koeman. La jugada siguió y el balón volvió a éste, que envió el esférico al interior del área. La defensa soviética salió en masa, pero Aleinikov se quedó enganchado y habilitó a Van Basten. El atacante, con gran inteligencia, no remató directamente sino que dio el pase de la muerte aérea a Gullit quien, desmarcado, y también con la cabeza, fusiló al portero del Spartak, que la temporada siguiente jugaría en el Sevilla.

La final no estaba decidida. La empezó a dejar Van Basten con el gol más fabuloso de la historia del campeonato, pero aún hizo falta sufrir porque Belanov dispuso de un penalti para reducir la distancia. El portero Van Breukelen, que había conducido al PSV al título de campeón europeo semanas antes, impidió el gol y comenzó a conducir a su país hacia el título.

Los mejores años tenían que llegar para un Gullit que fue campeón de Europa de clubes en los dos años posteriores con el Milan, proyectando una gran sensación de poder. De todos modos, las lesiones en la rodilla le afectaron y fueron recurrentes durante toda su trayectoria. En la temporada 1989-90, por ejemplo, sólo pudo jugar un partido en la Copa de Europa, la final, y llegó muy corto de físico a un mundial de Italia en el que los Países Bajos fueron eliminados por Alemania Federal en los octavos de final.

Estuvo a punto de volver a ser campeón de Europa de selecciones en 1992, pero Dinamarca cerró el paso a la final de los neerlandeses. Se quedó una temporada más en el Milan y, con 30 años, dejó el equipo y fichó por la Sampdoria, donde recuperó el gusto por el fútbol. Anotó 15 goles y condujo al conjunto genovés al tercer lugar, por lo que fue recuperado por el Milan. Pero las lesiones lo volvieron a frustrar. Veía que sus mejores días habían pasado y, de hecho, ya no había disputado el mundial de Estados Unidos, en 1994. Aquel año jugó su último partido con la selección, media parte de un amistoso ante Escocia.

Gullit retornó a Génova por unos meses y, con 32 años, probó la aventura de la Premier League con el Chelsea. Tardó en adaptarse, pero al final se consolidó tanto y se divirtió de tal forma que asumió el cargo de jugador-entrenador de los londinenses. Los llevó a un triunfo en la Copa, aunque fue destituido de una manera poco amistosa y relevado por Gianluca Vialli durante la temporada 1997-98. Después entrenó al Newcastle, al Feyenoord, club del que siempre se ha declarado seguidor, y tuvo dos aventuras exóticas en Los Ángeles Galaxy y en el Terek Grozni.

La antigua estrella de la selección ha destacado en los últimos años como comentarista deportivo en varias cadenas de su país y de Inglaterra con notable éxito. Se explica fuera de la misma manera que en el campo, con un juego exuberante y atractivo que alcanzó el cénit aquel verano de 1988, una plenitud demostrada con la fuerza del cabezazo que empezó a dar a los Países Bajos su único título hasta ahora.

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