dimarts, 2 de febrer del 2021

Portugal, 2 (6) - Inglaterra, 2 (5) (Euro 2004-Cuartos de final)

130. Rui Costa (2-1)

Hay una serie de jugadores que disponen de una calidad que provoca que los aficionados los observen con admiración. Es la elegancia. Son futbolistas que tienen una calidad técnica tan grande que parece que todo lo que llevan a cabo no cueste esfuerzo y que lo hagan sin sudar, como si más que en una competición deportiva tomaran parte de una obra de teatro o de un ballet. Son jugadores de las características del portugués Rui Costa.




Centrocampista de tranco largo, de gran visión de juego gracias ir siempre con la cabeza mirando hacia arriba, sabiendo perfectamente que tenía el balón controlado, con buena llegada al área, gran pase final y un imponente disparo desde la media distancia. Seguramente, Rui Costa era uno de esos jugadores llamados a marcar una época a los que la carrera quedó corta por pasarse una gran cantidad de temporadas, siete, en un conjunto histórico pero que no es de los principales ni de Italia, ni del continente, como la Fiorentina.

Antes, había nacido en Amadora, en las afueras de Lisboa, y entró en el Benfica avalado por la mayor leyenda portuguesa y del club de la historia, Eusébio, que quedó prendado de él al verlo. Después de una temporada de cesión al Fafe, de Segunda División, volvió a Da Luz avalado por el campeonato del mundo sub-20 que consiguió justamente en su estadio en una final ganada por penaltis contra Brasil. Era un equipo liderado por él, Figo y Joao Pinto que hacía pensar en un gran futuro para el equipo nacional, no muy acostumbrado a los éxitos, ni a las clasificaciones para los grandes torneos internacionales.

Rui Costa jugó tres temporadas en el Benfica durante las que sonó para ir a parar a los mejores equipos del panorama europeo. Se decía que ya tenía firmado un contrato con el FC Barcelona, ​​aun en la época de Johan Cruyff, pero finalmente fichó por la Fiorentina por 5,5 millones de euros, una cifra que parece ridícula desde el punto de vista actual.

En siete temporadas en la Toscana, Rui Costa sólo ganó dos Copas y una Supercopa, una cosecha bastante escasa para un jugador de su categoría. Es cierto que en el Artemio Franchi era más que un ídolo. En su mejor año, el 1999, anotó diez goles y clasificó al equipo en tercer lugar, con lo cual participó en la siguiente Liga de Campeones, pero sonaba a poco para un jugador que podía conducir a uno de los grandes del continente.

Con la selección, las cosas fueron bien porque Portugal se empezó a convertir en una habitual de los grandes campeonatos desde 1996. Fue cuartofinalista en la Eurocopa de Inglaterra y, a pesar de quedar fuera del mundial de Francia, en 1998, a un punto de Ucrania, que disputó la repesca, la formación fue semifinalista en el torneo europeo del 2000, en Bélgica y los Países Bajos, donde no llegó a la final por culpa de un gol de oro de Zidane de penalti.

En 2001, cuando él ya tenía 29 años, el entrenador de la Fiorentina, el turco Fatih Terim, fue fichado por el Milan, uno de los grandes del continente. El entrenador otomano no triunfó, pero se llevó con él a Rui Costa previo pago de 48,7 millones de euros, la cifra más alta que los lombardos habían abonado por un jugador hasta entonces. El primer año en Milán no fue bien, como tampoco fue el único mundial que disputó, el del 2002, en Corea y Japón, en el que la selección fue eliminada en la primera ronda. Pero en la segunda temporada, ganó la Liga de Campeones con el Milan, en una final disputada contra la Juventus en la que, como durante toda la temporada, fue titular en la formación de un técnico que hablaba su mismo idioma futbolístico como Carlo Ancelotti.

Jugó tres temporadas más con el Milan. En la 2003-04 ganó la liga y había obtenido también la Supercopa europea. En el verano siguiente había Eurocopa y no era un torneo cualquiera. Se jugaba en casa, en Portugal, y con 32 años era su gran oportunidad para ganar un título.


El gol

Portugal, sin embargo, no empezó bien el campeonato, con una derrota contra Grecia que le costó la titularidad a Rui Costa por parte del técnico campeón del mundo, Luiz Felipe Scolari, entrenador de una escuela más agonística que el fútbol de salón que él representaba. Además, se dijo que no podía combinar con el centrocampista del momento, Deco, en la zona ancha y que sólo había espacio para uno de los dos. Entró de suplente en la victoria contra Rusia y no jugó ningún minuto en el triunfo ante España que sellaba el pase a los cuartos de final. En este partido, Portugal enfrentaba a Inglaterra. Los británicos se adelantaron con un gol de Owen. Scolari recurrió a él cuando sólo faltaban once minutos para el final del partido y, tres más tarde, Hélder Postiga conducía el duelo a la prórroga. A los cinco minutos de la segunda parte del tiempo suplementario llegó su momento.


Y fue en una jugada en la que demostraba exactamente todas sus virtudes. Recogió la bola en su campo, avanzó con una conducción imparable con la que se sacudió el marcaje de Phil Neville y, al llegar a la frontal del área, se cambió el balón de pie y ejecutó un disparo brutal que pegó en el larguero y que superó la estirada de David James. Debía ser el gol que daría el pase a Portugal, pero Lampard empató de nuevo cinco minutos más tarde y la eliminatoria se fue a la tanda de penaltis. Allí, Rui Costa cometió el único error portugués, pero los de Beckham y Vassell la convirtieron en una anécdota.

Rui Costa volvió al banquillo y no jugó nada en la semifinal ganada por 2-1 contra los Países Bajos. En la final, ante Grecia, Scolari lo volvió a relegar pero tuvo de recurrir a él tres minutos después de que Charisteas avanzara a los helenos, en el minuto 12 de la reanudación. Entró por Costinha, un medio centro, la selección se lanzó al ataque pero no pudo batir a Nikopolidis. La gran oportunidad, una final en casa como la del mundial sub-20 de catorce años antes, se había escapado. Además, fue doblemente dolorosa porque después del partido Rui Costa anunció que se retiraba de la selección. Tantas suplencias, seguramente, y su falta de sintonía con Scolari lo habían provocado.

Los dos años finales con el Milan no fueron muy buenos y en 2006, con 34 años, volvió al Benfica, sin ningún éxito deportivo más antes de la retirada. Pero su club no lo abandonó. Al día siguiente de su despedida encima del campo lo presentó como director deportivo de la entidad. Intentó traer a grandes jugadores al club y, aunque no lo logró en la primera temporada, en la segunda el equipo, de la mano del técnico Jorge Jesús y con jugadores como Saviola, Ramires o Aimar, ganó la liga después de cinco años sin conseguirlo. Fue un oasis en medio del dominio del Oporto, pero pudo demostrar desde los despachos, al menos durante un curso, que la calidad que él encarnaba al campo también era su apuesta una vez colgadas las botas.

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