dilluns, 23 de novembre del 2020

Dinamarca, 1- Portugal, 1 (Euro 96-Primera fase)

201. Ricardo Sá Pinto (1-1)

El fuerte temperamento, si se controla bien, es una buena cualidad de los futbolistas. "Mejor pasarse que quedarse corto", dicen muchas veces los entrenadores, que prefieren elementos que asuman responsabilidades demostrando que están implicados en el proyecto que otros que pasen de todo. Pero el temperamento descontrolado, como en todo, hace mucho daño. Y uno de los futbolistas de las últimas décadas que ha sufrido más consecuencias negativas derivadas de un mal carácter ha sido el delantero portugués Ricardo Sá Pinto.



Aunque es una de las leyendas de las últimas décadas del Sporting de Portugal, equipo con sede en Lisboa, Sá Pinto nació en Oporto y se formó en los Dragoes hasta los 15 años, en 1987, justamente el año en que la formación absoluta ganaba la primera Copa de Europa. Pero fue descartado y tuvo que ir al Salgueiros, un club de la misma ciudad con el que debutó como profesional. Su trayectoria en categorías inferiores era muy buena. En 1994, con una formación en la que también jugaban muchos de los compañeros con los que compartió convocatoria en la Eurocopa de dos años más tarde, fue subcampeón europeo sub-21. En aquel equipo estaban Figo, Rui Costa o Joao Pinto, pero cayeron en la final contra Italia en la prórroga.

Sá Pinto abandonó entonces Oporto y fue contratado por el Sporting, que se convertiría en el equipo de su vida. Con los leones ganó una Copa en su primera temporada y se estrenó con la selección absoluta que consiguió clasificarse para el campeonato europeo de Inglaterra. Sá Pinto no era un delantero centro nato sino una especie de media punta con mucha llegada al área y también con mucho carácter. De hecho, en los cuatro primeros partidos con Portugal vio cuatro tarjetas amarillas. En 1986, con 23 años, el seleccionador António Oliveira le convocó para la Eurocopa.

El gol

El debut fue en Sheffield contra Dinamarca y Portugal alineó a todos sus jóvenes para acompañar a Rui Costa, el cerebro del equipo, en fase ofensiva. El duelo no comenzó nada bien ya que Brian Laudrup adelantó a Dinamarca en el minuto 22 de partido. Antes del descanso, Oliveira introdujo en el campo al delantero Folha por el centrocampista Océano. El ataque luso en la reanudación fue total y a los ocho minutos llegó el empate.



Fue en una gran acción de Figo por la banda izquierda. Recogió el balón y sacó un gran centro con su pierna menos hábil superando la oposición del lateral Helveg. El vuelo del esférico superó la posición del central Högh, por el otro lado el lateral Risager no cerró bien y Sá Pinto se coló entre todos para rematar con la cabeza, después de un bote y medio en plancha, y superar a Schmeichel. Portugal siguió atacando, pero se encontró al portero danés muy inspirado y tuvo suerte de no recibir otro gol de Brian Laudrup.

Aquel fue el único partido entero que jugó Sá Pinto en el torneo, ya que en los tres restantes, con dos victorias (Turquía y Croacia) y la derrota en cuartos contra la República Checa fue relevado, en los dos últimos en el descanso. Era el eslabón más débil de la delantera cuando había que cambiar algo.

El año siguiente siguió en el Sporting, pero en marzo de 1997 vivió un episodio que le cambió su carrera. Fue cuando agredió al nuevo seleccionador, Artur Jorge, por no haberlo convocado para un partido de la fase de clasificación para el mundial de Francia. Le dio dos puñetazos y también golpeó a su ayudante, el exgoleador del Benfica Rui Aguas. Fue apartado de la selección, del equipo y el Sporting decidió que lo tenía que traspasar, porque además recibió un castigo federativo. Lo hizo a la Real Sociedad.

Jugó dos temporadas en Anoeta, con mucha participación y seis goles en más de sesenta partidos en un equipo que deambulava por media clasificación, sin objetivos en cuanto a títulos. Al final de la segunda temporada, ya redimido de sus males y sin Jorge en la selección, ahora con Humberto Coelho, volvió a un gran campeonato, la Eurocopa de 2000. Pero ya no era trascendental. Actuó en dos partidos de suplente y en uno de titular, en la victoria contra Alemania de final de la primera fase que sirvió para dar descanso a los mejores hombres del equipo. En las semifinales, contra Francia, se quedó en el banquillo. Sólo jugaría cuatro partidos más con la absoluta, con un gol contra Estonia en la clasificación para el mundial del 2002, en el que ya no participaría.

2000 fue el año en que pensó que había que volver a casa. El Sporting recibió al hijo pródigo y en la segunda temporada ganó, por fin, la liga. Jugó allí seis temporadas, en las que estuvo a punto de ganar una Copa de la UEFA, con derrota en su propio estadio ante el CSKA de Moscú, en 2005. Con 32 años fue titular en aquella final y relevado en el minuto 72 cuando ya se perdía por 1-2. Pero no terminó la carrera en casa, sino que lo hizo en Bélgica, con un último año en el que ayudó al Standard de Lieja a ser tercero en la liga.

Sá Pinto se pasó entonces al otro lado, al de las direcciones deportivas y banquillos, a ser uno de esos con los que se había discutido e incluso llegado a las manos. Y no abandonó su temperamento. Lo demostró en 2010 cuando, siendo responsable de los despachos del Sporting, que lo había acogido por tercera vez, se las tuvo tiesas con el delantero Liedson los vestuarios, también a puñetazos. Sá Pinto había criticado la actuación del portero Rui Patrício en un partido de Copa contra el Mafra y el atacante salió en defensa de su compañero. El dirigente fue fulminantemente despedido.

Pero esta relación de amor-odio entre los lisboetas y el ex jugador siguió en 2012, cuando fue contratado para ser entrenador de los juveniles y, posteriormente, del primer equipo. Había iniciado su trayectoria como técnico en el Uniao Leiria. Sá Pinto sólo duró ocho meses en el banquillo blanquiverde e inició una trayectoria nómada en Serbia, Grecia, Portugal mismo (en el Belenenses), Arabia Saudí, Bélgica (de nuevo en el Standard), Polonia y de nuevo en su país. El Braga confió en él, pero lo despidió el año pasado cinco meses después de haberlo fichado. Y es que aquel jovencito temperamental con sus entrenadores debe haber descubierto, con los años, que el trabajo de estos no es tan fácil como creía.

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