dilluns, 7 de setembre del 2020

Checoslovaquia, 3- Grecia, 1 (Euro 80-Primera fase)

278. Antonín Panenka (1-0)

Él mismo declaró en una entrevista que se sentía prisionero de una jugada. Pocos deportistas en la historia han visto como una acción que dura pocos segundos es suficiente para ser conocido en todo el mundo. El lanzamiento de un penalti, el que dio a Checoslovaquia la Eurocopa del 1976, hizo popular el apellido de un centrocampista de gran toque, sobre todo en acciones a balón parado, que se convirtió en un genérico y que, hasta cierto punto, ocultó una larga carrera, sobre todo en su país. Es la historia de Antonín Panenka.



Panenka fue fiel al club de su vida durante trece años y medio. No actuó en un grande de la capital checoslovaca, Praga, como eran el Sparta, el Slavia o el Dukla. Jugó en el Bohemians, un club más pequeño con una curiosa historia. En su escudo destaca la presencia de un canguro, un animal no muy habitual en el centro de Europa. El motivo se remonta a los años 20 del siglo pasado. La federación australiana de fútbol buscaba algún conjunto europeo que emprendiera una gira por su país. La larga distancia provocaba las reticencias de todos hasta que se animó el Vršovice, el club de un barrio del este de Praga. La gira fue un éxito, con quince victorias en veinte partidos. Las autoridades australes, como muestra de gratitud, regalaron dos canguros vivos a la expedición. Los animales llegaron bien a Checoslovaquia y fueron entregados al zoológico. A raíz de aquello, el club, que se cambió de nombre y se pasó a llamar Bohemians, porque era de la región de Bohemia, recibió el apelativo de klokani, canguro en checo, e introdujo el animal en el escudo.

Años más tarde, al lado del estadio del Bohemians vivía la familia Panenka. El padre tuvo un accidente de moto y no pudo jugar al fútbol, ​​su gran pasión. Pero la transmitió a su hijo Antonín, nacido en 1948, que empezó a jugar en Primera División a los 19 años. Durante su trayectoria en el club no ganó ningún título importante, pero debutó en la selección en 1972 y sus dotes le hicieron mantenerse hasta el mundial de España, en 1982.

Checoslovaquia, la víctima propiciatoria para todos, ganó la Eurocopa de 1976 en Belgrado venciendo a Alemania Federal en la primera tanda de penaltis de una gran final. El lanzamiento parabólico de Panenka pasó a la historia. La selección no se clasificó para el mundial de Argentina, en 1978, pero sí para la Eurocopa de 1980 tras eliminar a Luxemburgo, a Suecia y, sobre todo, a Francia, los dos últimos, combinados que habían estado en la Copa del Mundo. Los centroeuropeos, por tanto, viajarían a la primera fase final del torneo con dos grupos de cuatro equipos a defender el título.

El gol

Las cosas no empezaron muy bien. En la revancha de la última final, Alemania Federal venció a los checoslovacos con un gol de Rummenigge que dejaba casi imposible el acceso al partido definitivo, al que sólo llegaba el campeón de grupo. El segundo partido era contra una debutante, Grecia, y había que ganar. Panenka sólo tardó seis minutos en demostrar su clase.



El central griego Foiros cometió una dura falta en la frontal del área que dejó una situación muy buena para el lanzamiento a portería. Panenka asumió la responsabilidad y realizó otro tiro poco visto. Aunque la barrera se adelantó claramente, su disparo la superó, porque algún defensa se agachó. Habitualmente, estos tiros siempre buscan la escuadra superior derecha de la portería, pero el de Panenka buscó la inferior. La pelota cayó de golpe y entró pegada a la raíz del palo, a pesar de los esfuerzos del portero Konstantinou.

Grecia empató a continuación, con un gol de Anastopoulos, pero Vizek y Nehoda dieron la victoria a los checoslovacos. Un empate posterior, contra los Países Bajos, supuso poder disputar el partido por tercer lugar, el último de la historia de las Eurocopas, que el conjunto de Panenka ganó a Italia en una inacabable tanda de penaltis.

Ese mismo diciembre, a los 32 años, Panenka dejó su Bohemians e inició una aventura de cuatro años en Austria, en el Rapid de Viena, no muy lejos de casa, que le aportó los títulos de club que no tenía. Obtuvo allí dos ligas y tres Copas y jugó una final de la Recopa, perdida contra el Everton. Antes, en 1982, se había despedido de la selección con una participación no muy afortunada en el mundial de España. Allí marcó otro gol de penalti, contra Kuwait, aunque con un estilo más convencional que la jugada que le marcó la vida. Tras el Rapid jugó en dos equipos austriacos más, el St. Polten y el Slovan Hütteldorfer, donde se retiró a punto de cumplir 41 años.

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