dijous, 10 de juny del 2021

URSS, 0- Países Bajos, 2 (Euro 88-Final)

2. Marco van Basten (0-2)

Para muchos este es el mejor gol de la historia de la Eurocopa, el más icónico y el que hace pensar en este torneo cuando se ve una y otra vez. No fue determinante, ni del todo decisivo, pero sí fabuloso y no hay manera de encontrar un defecto en un remate perfecto de uno de los delanteros más talentosos, pero también efímeros, de la historia del fútbol. En el minuto 9 de la segunda parte de la final de 1988 en Múnich llegó el instante de gloria con la selección del genial Marco van Basten.

El cisne de Utrecht, apodo que le pusieron por la gracilidad de sus movimientos, tenía 23 años en el momento de la Eurocopa y ya había vivido mucho. Había llegado al campeonato después de una temporada casi en blanco por culpa de una lesión de tobillo, lo que no la había dejado brillar en su primera campaña en el Milan. Pero se recuperó a tiempo y fue incluido en la lista de Rinus Michels para el torneo alemán.

Allí, en dos semanas había pasado de la nada al todo. Los Países Bajos habían debutado contra la URSS en Colonia en un partido que habían perdido por 0-1, con un gol de Rats, y en el que él no había sido titular. El técnico había apostado por Johnny Bosman y, a pesar de haber entrado en la segunda parte, él no pudo marcar. Su explosión llegó en el segundo partido, con tres goles de una sola tacada que dejaban a Inglaterra fuera del torneo. Aun faltaban la victoria contra Irlanda, con un milagroso remate de Wim Kieft, y la batalla de semifinales de Hamburgo, en el que un gol suyo en el último minuto supuso la revancha histórica contra Alemania Federal.

Así, catorce días después de la derrota contra la URSS, que llegó en domingo, llegaba la final, en un sábado por la tarde en el Estadio Olímpico, con un conjunto neerlandés mucho más reforzado pero también con un combinado soviético que, a pesar que disponía de bajas en defensa, era muy rocoso y difícil de vencer.


El gol

Los soviéticos pagaron la falta del central Kuznetsov y del lateral Bessonov, amonestados en las semifinales ante Italia, y pronto se vieron superados en el marcador después de que Aleinikov, improvisado libre, rompiera el fuera de juego y propiciara el gol de Gullit a pase del mismo Van Basten. El duelo estaba lejos de quedar finiquitado, pero a los nueve minutos de la reanudación llegó la volea de todos los tiempos.


Fue en un pase arriesgado de Jidiatulín a Zavarov, que no lo controló bien. El marcador Van Tiggelen le robó el esférico y combinó a la izquierda, donde evolucionaba el veterano Mühren. Este envió un centro al área que no era nada del otro mundo, muy alto, muy bombeado y muy pasado hacia el segundo palo. Allí avanzaba Van Basten, seguido a distancia por Rats, precisamente el autor del gol de la derrota en el debut en Colonia. Parecía que el delantero devolvería el balón al medio, pero sin pensarlo soltó una volea con poquísimo ángulo que representó la perfección. Porque el balón fue hacia arriba, lo justo para superar la posición de Dassaev, y caer a plomo para impactar con violencia con la parte interior de la red del otro lado. Nadie se lo creía, un golazo descomunal que representaba el 0-2.

En su reciente autobiografía llamada "Frágil", Van Basten ha reconocido que quizás si no hubiera tenido el tobillo lesionado desde hacía años, físicamente no habría sido posible que su disparo adquiriera aquella trayectoria. La realidad es que entró y se convirtió en un icono de aquel título. Porque los soviéticos reaccionaron e incluso provocaron un penalti para acortar la distancia, pero Van Breukelen detuvo el disparo de Belanov y los Países Bajos se convirtieron en campeones por primera y, hasta ahora, única vez.

Aquella Eurocopa fue el inicio de los grandes años de la trayectoria de Marco van Basten. En concreto, fueron cuatro y medio, en los que atesoró tres Balones de Oro, ganó dos Copas de Europa con el Milan, fue a otro mundial, en el que fracasó en Italia, y una Eurocopa, en la que un error suyo desde el punto de penalti supuso la eliminación contra los sorprendentes daneses y, sobre todo, fue considerado el mejor delantero del mundo.

Fue en diciembre de 1992, sin embargo, cuando una operación en su tobillo maldito supuso el principio del fin. Van Basten ya no volvió a ser el mismo y su retirada virtual tuvo lugar con la final de la Copa de Europa de 1993, perdida ante el Olympique de Marsella. A partir de ahí, un calvario para una recuperación que nunca llegó y que forzó su retirada a los 28 años.

Más allá de su etapa como futbolista, Van Basten también vivió otra Eurocopa desde el banquillo. Fue en 2008, veinte años después de su volea y, como todo vuelve, los antiguos soviéticos, ahora rusos, fueron los que se vengaron del gol de Múnich. Los Países Bajos estaban llevando a cabo un torneo sensacional, con pleno de puntos en la primera fase, y eran máximos favoritos al título hasta que se cruzaron con Rusia en los cuartos de final de Basilea. Allí, un equipo tocado por asuntos extradeportivos, como la muerte de la hija del central Bouhlarouz, u otros desafortunados, como la lesión de Robben, claudicó y quedó fuera del torneo. Fue el final de la etapa de Van Basten en los banquillos, tras haber llegado a los octavos de final del mundial de dos años antes.

Como se puede leer en la autobiografía antes destacada, que ya es un best seller, la trayectoria deportiva y vital de Marco van Basten no fue fácil debido a una personalidad particular y a los problemas con las lesiones. Pero hay acciones en la historia del fútbol que convierten en inmortal a su protagonista, más allá de la importancia deportiva que tuviera. Su volea de Múnich es una de las jugadas más plásticas y más imposibles de volver a ver de la historia del fútbol, un momento único e imposible de olvidar.

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